9] Lucio Tarquinio empezó ahora su reinado. Su conducta le procuró el apodo de “Soberbio”, pues privó a su suegro de sepultura, con la excusa de que Rómulo no fue sepultado, y mató a los principales nobles de quienes sospechaba fuesen partidarios de Servio. (…). Cuando las tropas están quietas, como es el caso de los asedios, en vez de en campaña activa, es fácil de conceder permisos de salida, más a los oficiales, sin embargo, que a los soldados. Los príncipes reales a veces pasaban sus horas de ocio en fiestas y diversiones, y en una fiesta dada por Sexto Tarquinio Colatino en la que el hijo de Egerius estuvo presente, la conversación pasó a girar sobre sus esposas, y cada uno comenzó a hablar de la suya propia con extraordinarias palabras de alabanza. Encendidos con la discusión, Colatino dijo que no había necesidad de palabras, en pocas horas se podría comprobar hasta qué punto su Lucrecia era superior a las demás. “¿Por qué no”, exclamó, “si tenemos algún vigor juvenil, montamos a caballo y hacemos a nuestras esposas una visita y veremos su condición según lo que estén haciendo? Como sea su comportamiento ante la llegada inesperada de su marido, así será la prueba más segura”. Ellos se habían calentado con el vino, y todos gritaron: “¡Bien! ¡Vamos!” Espoleando a los caballos galoparon a Roma, a donde llegaron cuando la oscuridad comenzaba a cerrar. Desde allí fueron a Colacia, donde encontraron a Lucrecia empleada de manera muy diferente a como estaban las nueras del rey, a quienes habían visto pasar el tiempo entre fiestas y lujo, con sus conocidos. Ella [Lucrecia.- N. del T.] estaba sentada hilando la lana y rodeada de sus en medio de sus criadas. La palma en este concurso sobre la virtud de las esposas se otorgó a Lucrecia. Acogió con satisfacción la llegada de su marido y los Tarquinios, mientras que su esposo victorioso cortésmente invitaba a los príncipes a permanecer en calidad de huéspedes. Sexto Tarquinio, inflamado por la belleza y la pureza ejemplar de Lucrecia, tuvo la vil intención de deshonrarla. Y con el pensamiento de esta travesura juvenil regresó al campamento. [1.58] Pocos días después Sexto Tarquinio fue, sin saberlo Colatino, con un compañero a Colacia. Fue recibido amablemente en el hogar, sin ninguna sospecha, y después de la cena fue conducido a un dormitorio separado para huéspedes. Cuando todo le pareció seguro y todo el mundo dormía, fue con la agitación de su pasión armado con una espada donde dormía Lucrecia, y poniendo la mano izquierda sobre su pecho, le dijo: “¡Silencio, Lucrecia! Soy Sexto Tarquinio y tengo una espada en mi mano, si dices una palabra, morirás”. La mujer, despertada con miedo, vio que no había ayuda cercana y que la muerte instantánea la amenazaba; Tarquino comenzó a confesar su pasión, rogó, amenazó y empleó todos los argumentos que pueden influir en un corazón femenino. Cuando vio que ella era inflexible y no cedía ni siquiera por miedo a morir, la amenazó con su desgracia, declarando que pondría el cuerpo muerto de un esclavo junto a su cadáver y diría que la había hallado en sórdido adulterio. Con esta terrible amenaza, su lujuria triunfó sobre la castidad inflexible de Lucrecia y Tarquino salió exultante tras haber atacado con éxito su honor. Lucrecia, abrumada por la pena y el espantoso ultraje, envió un mensajero a su padre en Roma y a su marido en Ardea, pidiéndoles que acudieran a ella, cada uno acompañado por un amigo fiel; era necesario actuar, y actuar con prontitud , pues algo horrible había sucedido. Espurio Lucrecio llegó con Publio Valerio, el hijo de Voleso; Colatino, con Lucio Junio Bruto, a quien encontró regresando a Roma cuando estaba con el mensajero de su esposa. Encontraron a Lucrecia, sentada en su habitación y postrada por el dolor. Al entrar ellos, estalló en lágrimas, y al preguntarle su marido si todo estaba bien, respondió: “¡No! ¿Qué puede estar bien para una mujer cuando se ha perdido su honor? Las huellas de un extraño, Colatino, están en tu cama. Pero es sólo el cuerpo lo que ha sido violado, el alma es puro; la muerte será testigo de ello. Pero dame tu solemne palabra de que el adúltero no quedará impune. Fue Sexto Tarquino quien, viniendo como enemigo en vez de como invitado, me violó la noche pasada con una violencia brutal y un placer fatal para mí y, si sois hombres, fatal para él”. Todos ellos, sucesivamente, dieron su palabra y trataron de consolar el triste ánimo de la mujer, cambiando la culpa de la víctima al ultraje del autor e insistiéndole en que es la mente la que peca, no el cuerpo, y que donde no ha habido consentimiento no hay culpa. “Es por ti”, dijo ella, “el ver que él consigue su deseo, aunque a mí me absuelva del pecado, no me librará de la pena; ninguna mujer sin castidad alegará el ejemplo de Lucrecia”. Ella tenía un cuchillo escondido en su vestido, lo hundió en su corazón, y cayó muerta en el suelo. Su padre y su marido se lamentaron de la muerte. [1,59] Mientras estaban encogidos en el dolor, Bruto sacó el cuchillo de la herida de Lucrecia, y sujetándolo goteando sangre frente a él, dijo: “Por esta sangre (la más pura antes del indignante ultraje hecho por el hijo del rey) yo juro, y a vosotros, oh dioses, pongo por testigos de que expulsaré a Lucio Tarquinio el Soberbio, junto con su maldita esposa y toda su prole, con fuego y espada y por todos los medios a mi alcance, y no sufriré que ellos o cualquier otro vuelvan a reinar en Roma.” Luego le entregó el cuchillo a Colatino y luego a Lucrecio y Valerio, que quedaron sorprendidos de su comportamiento, preguntándose dónde había adquirido Bruto ese nuevo carácter. Juraron como se les pidió; todo su dolor cambiado en ira, y siguieron el ejemplo de Bruto, quien les convocó a abolir inmediatamente la monarquía. Llevaron el cuerpo de Lucrecia de su casa hasta el Foro, donde a causa de lo inaudito de la atrocidad del crimen, reunieron una multitud. Cada uno tenía su propia queja sobre la maldad y la violencia de la casa real. Aunque todos fueron movidos por la profunda angustia del padre, Bruto les ordenó detener sus lágrimas y ociosos lamentos, y les instó a actuar como hombres y romanos, y tomar las armas contra sus insolentes enemigos. Esto animó a los hombres más jóvenes se presentaron armados, como voluntarios, el resto siguió su ejemplo. Una parte de este cuerpo fue dejado para guardar Colacia, y los guardias estaban apostados en las puertas para evitar que las noticias del movimiento alcanzaran al rey; el resto marchó armado a Roma con Bruto al mando. A su llegada, la visión de tantos hombres armados esparció el pánico y la confusión donde quiera que llegasen, pero al ver de nuevo el pueblo que los más importantes hombres del Estado guiaban la revuelta, se dieron cuenta de que el mo era de la mayor gravaedad. El terrible suceso [la violación y suicidio de Lucrecia.- N. del T.] no produjo menos indignación en Roma de la que había producido en Colacia; de todos los barrios de la Ciudad acudían gentes hacia el Foro. Cuando se hubieron reunido allí, el heraldo los convocó a atender al Tribuno de los Celeres [jefe de caballería…, ¿Cómo podían haber designado los romanos a un imbécil para que dirigiese su caballería en combate? – N. del T.]; que era la magistratura que Bruto detentaba por entonces. Hizo un discurso muy distinto del esperado al que, hasta ese día, se suponía a su carácter y temperamento. Insistió en la brutalidad y el desenfreno de Sexto Tarquinio, el infame atentado contra Lucrecia y su muerte lamentable, la pérdida sufrida por su padre, Tricipitino, a quien el motivo de la muerte de su hija era más vergonzoso y doloroso que la muerte por sí misma. Luego hizo hincapié en la tiranía del rey, los trabajos y sufrimientos de los plebeyos mantenenidos bajo tierra y limpiando zanjas y alcantarillas; ¡romanos, conquistadores de todas las naciones circundantes, vueltos de guerreros en artesanos y albañiles! Les recordó el asesinato vergonzoso de Servio Tulio y su hija conduciendo en su maldito carro sobre el cuerpo de su padre, y solemnemente invocó a los dioses como los vengadores de los padres asesinados. Al enumerar estos y, creo, otros incidentes aún más atroces que su agudo sentido de la injusticia actual le sugerían, pero que no es fácil explicar con detalle, incitó a la multitud indignada a despojar al rey de su soberanía y pronunciar un pena de expulsión contra Tarquinio con su esposa e hijos. Con un cuerpo selecto de los iuniores, que se ofreció a seguirlo, se fue al campamento de Ardea para incitar el ejército contra el rey, dejando el mando en la Ciudad a Lucrecio, que había sido prefecto de la Ciudad bajo el rey. Durante la conmoción Tulia huyó del palacio en medio de las maldiciones de todos los que la reconocían, hombres y mujeres por igual invocando contra ella el espíritu vengador de su padre. 509 a.C. [1,60] Cuando la noticia de estos sucesos llegó al campamento, el rey, alarmado por el giro que tomaban los acontecimienots, se apresuró a volver Roma para sofocar el brote. Bruto, que estaba en el mismo camino, se había enterado de su aproximación y para evitar encontrarse con él tomó otro camino, de modo que él llegó a Ardea y Tarquinio a Roma casi al mismo tiempo, aunque de diferentes maneras. Tarquinio encontró las puertas cerradas y dictado un decreto de expulsión contra él; el Libertador de la Ciudad recibió una alegre bienvenida en el campamento y expulsaron de él a los hijos del rey. Dos de ellos siguieron a su padre en el exilio, en Caere, entre los etruscos. Sexto Tarquinio marchó a Gabii, que consideraba su reino, pero fue asesinado en venganza por las viejas rencillas que habían provocado su rapiña y asesinatos. Lucio Tarquinio el Soberbio reinó veinte y cinco años. La duración total de la monarquía desde la fundación de la Ciudad hasta su liberación fue de doscientos cuarenta y cuatro años. Fueron elegidos dos cónsules por la asamblea de las centurias, convocada por el prefecto de la Ciudad, de acuerdo con las normas de Servio Tulio. Eran Lucio Junio Bruto y Lucio Tarquinio Colatino
Tito Livio I,ab 49